Despedida

Me llamó y me di vuelta, ahí lo vi, por fin, a sus ojos. Se me acercó con ojos que delataban tristeza y me dio un abrazo muy profundo y sentí que inhalaba el perfume de mi cuello. No podía creerlo, después de mucho tiempo, lo sentí bien cerca de mí, sus brazos rodeando mi cuerpo, su nariz en mi cuello. Mis manos empezaron a temblarse y no sabían en dónde apoyar. Lentamente, rodearon su cuerpo grande y sin querer mis manos apretaron fuertemente su espalda porque no querían dejar de sentirlo.

Sentíamos miradas ajenas que nos observaban como las de nuestros compañeros pero no nos importó nada ya que sabíamos que iba a ser el último abrazo de nuestras vidas.

Nos alejamos lentamente, en sus labios se dibujó una sonrisa, la misma de siempre y me deseó una buena suerte y se fue.

Mi pecho se endureció por completo, no podía creer que había llegado ese día tan esperado, no porque iba a irme para siempre sino por nuestra despedida.

Volví a cruzarlo en el ascensor a la salida, rápidamente, en menos de cinco minutos, nos hablamos de un montón de cosas. Siempre fuimos dinámicos, pensé.

Me fui de la empresa.

No voy a volver más.

Hoy mandé un telegrama de renuncia y… llorando.

Cómo duele.

Sin embargo, estoy aliviada por haberme despedido tan bien de Chocolat y de los demás. No podía irme odiándolo porque el rencor mata.

Chocolat se rindió de su soberbia y me mandó una carta expresando sus sentimientos y diciendo que iba a ser loco ver mi escritorio vacío.

Si, dos años se convirtieron en una costumbre.

Se terminó todo, todo fue rápido, cómo duele.