Y cada vez más tú.
Y cada vez más yo.
Sin rastro de nosotros.
La vida que vos llevas y yo llevo nunca es nuestra. Tan solo se nos presta pero al final... ¿qué importa? La vida es una sola. Contigo o sin ti, mi vida es ésta.
El sol me desveló, me desperté abrazando la ausencia de su cuerpo en mi colchón. Mi cuerpo no daba más, costosamente bajé mis dos piernas de mi cama, me enderecé, me arrastré buscando mi amor perdido por ahí. Lo encontré escondido muy debajo de mis sábanas no queriendo salir, a ver la realidad.
Tomé mi amor, le recorté en rectángulos, los pulí, los dibujé e hice un mazo de naipes.
Pero tu naipe no está en ese mazo, no lo encuentro.
Ella le pidió que la llevara al fin del mundo,
él puso a su nombre todas las olas del mar.
Se miraron un segundo
como dos desconocidos.
Todas las ciudades eran pocas a sus ojos,
ella quiso barcos y él no supo qué pescar.
Y al final números rojos
en la cueva del olvido,
y hubo tanto ruido
que al final llegó el final.
Tu vida es un gran río, va caudalosamente.
A su orilla, invisible, yo broto dulcemente.
Un poco de estrellas, un poco de luna,
Un poco de vino, un poco de mejillas rosadas,
Un poco de piel, un poco de sudor.
Miradas furtivas…
Tango…
El tango que enamora, que enloquece, que atrae con piernas de mujer y brazos de hombre que sostienen al cuerpo de la mujer. Alrededor mío bailaban muchos cuerpos al compás de sensaciones y pasión.
Me quedé apasionada, aunque me dejé pisar por cuántos hombres. Primer hombre, pisadas y tropezones, segundo hombre, baile rápido y mecánico, tercer hombre, cuarto hombre e infinitos hombres…
Se me acerca uno, con sus ojos azulados como el mar, con una sonrisa pícara e insinuante y me extiende la mano y me dejé llevar por su ritmo.
Cómo nos complementamos el uno al otro, mi cuerpo se amoldó perfectamente a su cuerpo, su mano grande tapaba toda mi mano chiquita y la sostenía firmemente. Me miró a los ojos diciéndome que me dejara guiar por él.
Bailamos hasta las estrellas, hasta sobre la luna, bailamos con la embriaguez del vino con las mejillas sonrojadas, bailamos hasta que el sudor se brotara de los poros de nuestras manos y de nuestras espaldas, bailamos con miradas sonrientes y furtivas.
Por primera vez de todas las noches, estuve más sonriente que todos los presentes en esa pista, después de tanto tiempo, me reí tanto que me agoté.
Volví a mi casa, embriagada y me fui a la cama… sola y feliz.
El tango sí que enamora.
Qué raro, esta foto que tomé hace unos cuántos meses, cuando lo nuestro iba divinamente bien, pensando en él y y que él pertenecía a ese huequito, que él era parte de mi cielo.
Pero con el tiempo, se fue cambiando el significado y ahora lo miro de otra forma.
Solo un par de nubes no pueden tapar todo mi cielo.
No! no pueden!