viernes, septiembre 10, 2010

He pasado casi la mitad de mi juventud – cabe aclarar, después de mi adolescencia y antes de mi adultez – haciéndome preguntas sin respuestas, rebuscando en mi pasado detalles que me llevaron a llantos, desesperación, amor, odio, tristeza, celos y muchos sentimientos que he sentido.
He pasado por un torbellino de sentimientos y hechos que me golpearon en mis nuevas experiencias. Me enamoré por primera vez pero justamente de un hombre que no sabía qué era el amor, que no sabía cómo manejar a una persona enamorada como yo.
Lo aprendí, agarré esa experiencia y me prometí que no iba a vivirla de nuevo pero tropecé con la misma piedra otra vez y me enamoré por segunda vez. Creo que era porque de la primera relación, no había cerrado el caso, o sea, que ese caso no me dio una respuesta concreta del por qué me pudo hacer ese tipo de cosas. Sé que la intención no era lastimarme, sé que me quería y me valoraba pero había algo en él que era innato a su personalidad pero no sabía qué era.

Hasta hace poquito, de la boca de mi hermana salió la palabra “perversidad” y comenzó a hablar y reflexionar sobre la perversidad de las personas.
Entonces, comencé a darme cuenta de que siempre relacioné la perversidad con el sexo pero empecé a leer algunos textos de un libro de psicología. Cuando abrí ese libro, era como que la luz salía de ese libro y que ahí mismo estaban todas las respuestas a las preguntas que me hacía todos los días, mañana, tarde y noche.

Perversidad… no es solo perversión en el sexo. La perversidad es un defecto bien apegado a las personas pervertidas. La perversidad viene de una fría racionalidad que le dificulta tratar a las personas como seres humanos. Las personas pervertidas no son malas, sino que no tienen racionalidad, son personas manipuladoras que usan su encanto y se abren a la vida social y dejan atrás a personas heridas y devastadas. Una vez que manipula a una persona, se convierte en una persona perversa, viciosa de usar ese defecto y seguirla usando hasta ganar el territorio y ganar a las personas que se callan y se lo guardan dentro de sí mismo. Las personas que están al lado de la persona pervertida prefieren estar de su lado, en vez de salirse. Una vez que salgamos de ese círculo vicioso, las personas pervertidas se vuelven en contra de ellas y tratan de lastimarlas o meterlas de nuevo a su propio círculo.

Yo, que estaba enamorada, siempre pensaba “¿qué va a ser de mí sin él? No puedo vivir sin él” y me apegué a sus encantos y manipulaciones. Preferí guardar todos mis sentimientos hermosos y todas mis dudas respecto a sus sentimientos hacía mí y seguir ese camino tan largo y doloroso. No era como que me dijeran de golpe que no me aman o que quieren dejar de verme, sufrir ese golpe y recuperarme rápido. Era como una punzada de una aguja en mi corazón, cada día hasta el último. Una mañana me levanté y vi mi corazón tan maltrecho y derribado con miles de agujas punzando y ahí tuve que dejar todo, todo pero la recuperación me fue muy difícil y lenta.

Tengo que evitar a las personas que usan su encanto, que se desaparecen por un largo tiempo y vuelven a mí diciéndome cualquier excusa y diciéndome cosas bonitas. Tengo que evitar esa perversión de noches largas. Como lo dicen todos, a veces lo malvado tiene su gusto dulce y nos volvemos viciosos a él. Prefiero probar lo amargo primero y tomarle el gusto después. Tengo que desconfiar de las primeras veces, en donde les tomamos el gusto tan rápido. Recuerdo que con los dos amores que tuve, en las primeras veces con ellos, me dejaron pensar mucho y estuve bailando en éxtasis y estuve delirando mucho por ellos. Los delirios son peligrosos porque no podemos mantener los pies en la tierra y ver qué pasa a nuestro alrededor. Pensamos en yo, yo y yo y dejamos de ver lo que hay al lado nuestro.
En esa noche, me desperté y a mi lado lo vi durmiendo y sentí ese gusto amargo que al principio no lo era y eso era porque mi corazón ya estaba maltrecho y tuve que irme dolorosamente pero tuve que irme.

Todavía me duele, no me duele porque no me ama sino que mi propia piel arde porque todavía tengo ese vicio de sentirlo y sentir esos orgasmos múltiples y esos gemidos tan puros y locos como si el diablo se apoderara de mí. Pero por un lado ya no siento… cómo llamarlo. Ahora siento tranquilidad, mi mar es manso, sin olas para golpearme, sin tener que encontrar otra ola tan grande que me puede derribar. Pero a veces, me despierto en mi cama y siento esa tranquilidad tan pero tan molesta que me hace llorar y me lleva a la desesperación. Sin embargo, siempre vuelvo a ser yo misma y caminar por las calles con libertad y sonreír y sin tener que esperar un llamado o un golpe que sí o sí iba a llegar a mi vida en cualquier momento. Ahora que el hombre pervertido ya no está conmigo o sea, que ya no puede verme ni manipularme, me siento más segura que nunca y que al lado mío hay un poste grueso en donde apoyar a hacer cantinelas tranquilamente.
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