En una negrura con alguna iluminación, al lado, unos grandes paneles blancos transparentes se colgaban y se movían debido a la brisa suave que soplaba desde afuera hacia adentro a través de un par de ventanales. Solamente los faroles de afuera nos irradiaban débilmente. No lo podía ver y no podía verme a mí misma pero sabía que estábamos desnudos y que él me estaba contemplando y pensando en... ¡Lo que daría por saber qué cosas pasaban por su cabeza! De a ratos, aparecían dos lucecitas anaranjadas y el humo que salía de nuestras bocas nos envolvía y se iba por los ventanales. En ese instante, por vez primera, sentí cómo el deseo de él se llenaba por toda la habitación, cómo sus miradas me clavaban tanto que casi pude sentirlas rozar mi piel...
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