Nadie, nadie...

El vaso grande y largo, la pajilla con sabor a frutilla, la silla en donde me senté, la mesa en donde las manos de él y yo apoyaron.
La mesa saboreó el sudor de nuestras manos por los nervios que nos invadían. Las personas que estuvieron en ese lugar fueron testigos de las miradas de él rogando mi perdón, fueron testigos de mi cara dura y a la vez dudosa. El vidrio del ventanal a nuestro lado fue testigo del reflejo de nuestros cuerpos frente a frente. El aire fue testigo de su perfume rico y diario. El mozo fue testigo de nuestras voces dudosas al pedir alguna bebida. La plata que él puso fue testigo de mis voces rogando pagar yo también.

Finalmente, las sillas en donde sentamos fueron pasadas por algún trapo, las mesas que saborearon los sudores de nuestras manos fueron limpiadas por algún trapo mojado, los vasos manchados por las huellas de nuestros dedos fueron lavados por un mozo, las pajillas manchadas por nuestros labios, mordisqueadas por nuestros dientes nerviosos fueron tiradas a algún tacho de basura que seguramente terminó en algún reciclaje lejano. Las palabras que rodeaban dentro de ese ambiente cerrado fueron llevadas por el viento cuando alguna persona abrió la puerta que dirigía al exterior.

Nadie fue testigo de mi amor, nadie fue testigo de su arrepentimiento, nadie fue testigo de nuestras miradas que se atraían. Nadie fue testigo de nuestra alegría al saber que íbamos a vivir momentos juntos, nadie, nadie.

No me atreví a grabar sus promesas, él no se atrevió a anotar mis afirmaciones, nadie se atrevió a ser testigo de los culpables de ese amor escandaloso...